Hoy amanecí sin recuerdos. Sin anhelos. Sin ansias.  Estoy estático, sin pensamientos, sin ideas. Soy la negación, el vacío, la nada. Y ahora me doy cuenta que no existo. Porque sin remembranzas, sin deseos, sin apetitos, la vida es nada, es un patético remedo de la vitalidad, del espíritu primordial que mueve al cosmos. Porque el cosmos soy yo. Esas tres llamas que conforman el fuego divino de lo humano, de lo demasiado humano, es mi ser primordial. Algunos lo llaman sufrimiento, yo lo llamo el fuego que da energía a la vida. Una aroma, una canción, la figura de una flor que respira  despiertan, avivan esas llamas. Nos esperan cuando menos lo esperamos. Y arden con un vigor primigénio que consume todo lo que toca, lo que se le acerca, todo a su alrededor. Esa fuerza vigorosa, el calor que genera, la luz que provee, la paz que nos brinda es en  esencia lo que nos alimenta. Sin recuerdos, sin anhelos, sin ansias somos menos que cenizas, somos una bruma flotando en la vacuidad. Mejor no existir. Mejor desaparecer y no dejar rastro alguno. Ni cenizas.