Solía leer a Kafka también
Yo era un lector insaciable cuando era jóven. Con mi profesión y el advenimiento del internet, mis hábitos cambiaron. El hecho de tener que pasar 8-10 horas diarias (mentira, son 12) con los ojos clavados en una pantalla programando assembler, C++ y javascript tampoco ayuda. No me quedan muchas ganas de dedicar mi tiempo y mis ojos a descifrar jeroglificos en un libro.
Ahi quedaron varios libros en mi biblioteca a medio leer. De ciencia ficción, de terror (un libro con 20+ cuentos de Stephen King) , Ulises, Finnegan Wake, Hesse, Nietzsche, García Márquez, y muchos más.
A veces me dan tristeza. No se que suerte les espera en mi próxima mudanza porque las posibilidades de que realmente los lea disminuyen todos los años.
Así que trato de no comprar nuevos libros. Tengo varios años así. Creo que la última vez que compré un libro fue en 2018. Cuando las ganas se juntan con el tiempo, leo en formato de pdf. No más librerías para mí.
Yo solía leer de todo, incluyendo, por supuesto, La Biblia, lo cual me recuerda una anécdota, quizás el primer y único sermón que he dicho en mi vida (o algo parecido a un sermón). Estaba reunido oyendo a alguien muy religioso, no era un cura, hablaba hasta por los codos de Cristo y las parábolas. La persona que estaba a mi lado me conocía muy bien, así que interrumpió al orador, y señalándome a mi, dijo: “Él lee mucho también, él lee la biblia”, como si aquéllo fuera notable (al parecer, lo es para algunas personas que apenas han leido las comiquitas del periódico, a veces).
Yo contesté impertérrito: “Sí pero leía a Kafka también” (la reacción de la persona no cabe aquí, eso sería tema de otros post). Y ahora que lo pienso, la biblia y Kafka nos hacen sentir cosas similares, a veces. Nos hacen sentir insignificantes. Imáginate aquéllo, vas en el desierto durante años al parecer sin rumbo, siguiendo a un viejito, y no lo sigues por convicción propia, sino porque tu padre en su lecho de muerte, muchos años atrás, te lo ordenó. “Sigue a ese viejito”. Llega el día que ya no soportas, “quedémonos aquí, para dónde vamos, miren, ahí, ahi hay un manantial!”. “Aqui no es” me interrumpe alguien. “Tenemos que cruzar el río”.
No me imagino una imágen más fuerte de hacer algo sin sentido solamente porque todos lo están haciendo.
Pero entonces la biblia se pone divertida (a diferencia de Kafka).
Lo que viene entonces es un cuento largo de cómo fue que Josué hizo para que la gente que venía caminando 39 años siguiera haciéndolo para cruzar el río.
En realidad, no es un cuento divertido. En realidad, en ese momento comienzas a preguntarte cómo es que hay gente que le hace caso a todas estas historias. Y la verdad es que no le hacen caso. Son cuentos. Sirven para un propósito, no se supone que le debes hacer caso. Los libros crean imágenes que impresionan a nuestro cerebro para generar reacciones positivas, o a veces negativas.
¿Los dos asistentes de K. en El Proceso? O, quizás, los dos señores de levita que miraban a K., al final, al final del libro, lo miraban pegando mejilla con mejilla, mirándolo con ternura, para luego ejecutarlo? ¿Debemos hacer caso de eso? Que no importa nuestra disciplina, valores, gestos, pundonor, gallardía, valentía en nuestra vida, ¿ese va a ser nuestro final? ¿Que no tenemos defensa, y si la hay, no es más que un chiste?
¿Que la puerta que nunca abrimos, esa puerta, esa puerta que nos fue negada siempre, era solo para nosotros?
No es un cuento divertido
Nota bene: este post fue severamente editado para hacerlo apto para todas las audiencias. Transcurrieron 5 meses desde el momento que lo comencé hasta que lo terminé.
04-04-2022 a las 4:26 pm
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