Exutorio
Hace 45 años estaba en la universidad viendo una materia llamada “Introducción al siglo XX“. Ya nada más con el nombre la matería me parecía extraordinaria y sabía (o sospechaba) que iba a ser divertida: grande fue mi sorpresa cuando se convirtió en una pesadilla y una experiencia inolvidable. De esas experiencias que recuerdas con frecuencia toda tu vida, porque me enseñó a ser humilde, cuidadoso, tomar en cuenta con quien estoy hablando y para quien estoy escribiendo, y me lo enseñóa a trancazo limpio.
El profesor se llamaba Dino Garber, catedrático de la universidad, autor de múltiples libros sobre filosofía y en general de ciencias sociales. Le encantaba interrogarnos sobre la lectura obligatoria que debíamos hacer sobre el material de apoyo. Solía decir “esas son palabras huecas” cuando alguien respondía algo que no correspondía a lo que él suponía que era una respuesta correcta a su pregunta. “Cómo se traslucen las teorías de Hobbes en los estados y la política antes de la primera guerra mundial” era una pregunta típica, que en aquélla época me resultaba como si me estuvieran preguntado por la fecha de nacimiento de la abuela de Hobbes, pero que ahora me resulta obvio, porque fue a finales del siglo XIX y principios del siglo XX cuando los estados europeos comenzaron a fortalezar su presencia en las sociedades, y ejercer un control vertical y monolítico de todos los aspectos del estado, tal como Hobbes predicaba 4 siglos antes.
El curso duraba 3 meses y creo que en total nos mandó a hacer 3 monografias sobre diversos temas relacionados al curso. La experiencia que se me marcó en la piel, en la mente y en mi persona como con hierro candente, ocurrió con la primera porque, quizás esa fue la primera monografía que escribí en la universidad. Descubrí, entonces, que una monografía no se deben utilizar recursos literarios, y lo descubrí de muy mala manera. Yo estaba acostumbrado que sea lo que sea que escribiera, generaba alabanzas y comentarios positivos, e inclusive, una que otra mirada de confusión y duda, porque un profesor de cuarto o quinto año de bachillerato no podía creer que yo, un muchacho con barba incipiente, pudiera escribir aquéllo. La profesora de literatura de cuarto año me dijo “¿por qué no publicas este trabajo? Es una maravilla”, refiriéndose a mi trabajo sobre “El otoño del patriarca” de García Márquez, un ensayo que escribí mientras leía la obra. Mi ensayo se centraba en los recursos literarios que utilizaba García Márquez, idéntificándolos, analizando la forma como eran usados, seguido por una lista de los sitios de la obra donde aparecían. Por ejemplo, “las tres aldabas, los tres cerrojos, los tres pestillos” aparece 6 veces en la novela, casi a intervalos regulares. Lamentablemente perdí el trabajo, y mi profesora no fue particularmente diligente con esto porque se limitó al “¿por qué no publicas este trabajo?” cuando debió decir “¿por qué no publicamos este trabajo?”, ya que, ¿cómo iba a saber yo cómo publicar un ensayo de esta envergadura, y lo importante que era publicarlo, si no era más que un muchacho de 16 años?
No recuerdo el nombre de la primera monografía del curso, pero recuerdo que lo escribí en una tarde y lo entregué puntualmente, listo para recibir una ovación de pie. Me imaginaba que el profesor Garber diría algo así como “por último, quiero hacer mención especial a este trabajo, uno de los mejores trabajos que he leido en toda mi carrera de profesor. Por favor un aplauso para agnasg!“. En cambio, comenzó a hacer comentarios despectivos de los trabajos, y haciéndo hincapié que había muchos trabajos que simplemente no respondían la pregunta central. Y terminó con “… en particular “uno de ustedes” parece tener fallas de lenguaje y comunicación porque insiste en usar las palabras de una forma incorrecta y fuera de contexto. Por ejemplo, diciendo algo absurdo como que “esas ideas profanaban la ideología”. ¿Qué significa eso? ¿Y qué tiene que ver pisotear un sitio sagrado con el impacto de la ideologías políticas en el siglo XX? Esto es ridículo.” Luego de la clase fui a ver el profesor y aguanté un aguacero de críticas durante quince minutos. Yo era uno de los que no había respondido la respuesta según él, y el que había usado la palabra profanar. Dí algunas explicaciones pero no me atreví a explicar lo que era una metáfora. El profesor había profanado mi fe y mi autoconfianza.
Leamos a Juan Liscano en la introducción a “Ana Isabel una niña decente” de Antonia Palacios: “… la realidad venezolana, en los momentos que se entronizaba una dictadura represiva e intentar una aproximación a lo real maravilloso americano, exutorio para la angustia civil acorralada.” Me imagino al profesor Garber gritando luego de leer aquéllo, “… ¡¿qué demonios tiene que ver una compuerta de ventilación con la sociedad civil venezolana en tiempos de la dictadura?! Esto es ridículo.”
Nota bene: para mi el profesor Garber fue una influencia decisiva en mi crecimiento personal. Me marcó más en los 3 meses que fue mi profesor que lo que otros profesores hicieron durante años.