Así sin más, decidí irme de vacaciones a Ecuador y visité los familiares que accidentalmente viven allá. Guayaquil es una ciudad bien organizada. Los autobuses interurbanos tienen aire acondicionado, se puede ver una película, tienen wi-fi. En cada parada se llenan de vendedores ambulantes que realizan una danza tipo Cirque du soleil, con bandejas de mango condimentado, papi-pollo (una bandejita con papitas fritas y una presa suculenta de pollo), humitas (cachapas de hoja rellenas con queso), agua y refrescos, maduros (plátanos), y otros productos difíciles de identificar o recordar. Alguna vez se para un vendedor a hacer un discurso como los que hacen los vendedores de resorts, con una sección motivacional, reflexiones, comentarios sobre los problemas que agobian a la humanidad, y cómo la solución presentada los resuelve, gratis, o por $1. La moneda en Ecuador vale un dólar estadounidense, ambas monedas están amarradas. No me imagino una solución más honesta y simple que esa.
Los supermercados están atiborrados de todo tipo de productos, es difícil imaginar que falte algo. Todos los anaqueles están repletos, y los productos parecen ser reemplazados a los minutos de ser adquiridos.
Estas notas sobre Guayaquil, ahora que las releo y que esperaba acompañar con comentarios similares de Ambato y Baños (otras dos ciudades ecuatorianas que visité) ahora me resultan tan obvias que no me parece que valgan la pena. Que las cosas funcionan como se supone que debe ser no es noticia, o relevante, o digno de ser mencionado, es al revés, Venezuela es la excepción. En Venezuela las cosas dejaron de funcionar hace 20 años. El mecanismo fácil y absurdo de resolver los problemas se volvió la norma. Por eso cuando encontramos algo funcionando correctamente resulta tan raro. Porque a veces en Venezuela te encuentras con cosas que funcionan muy bien y te preguntas si se trata de un ardid. Es perturbador.
Ecuador tiene sus idiosincrasias por supuesto. Dicen pollo hornado (en vez de la forma correcta pollo horneado), llaman “maduros” a los plátanos, se explayan en disminutivos (“compren los panecitos rellenaditos de quesito por un dolarito”). Todos los taxis tienen el mismo tipo de corneta (o, las cornetas de los taxis todas suenan igual) Y la tocan cuando pasan por el lado. No suelen acompañar las comidas con pan, sino con arroz, mucho arroz (lo cual es razonable dado que el arroz es más barato que el trigo), y además le agregan menestra (frijoles, lentejas, caraotas y otros granos). Hay un pueblo a un lado de la playa que se llama Playas, así que es posible ir a la playa en Playas. Tienen un pueblo maravilloso llamado Baños (no Los Baños) con una calle llena de bares, discotecas y pubs como los anglosajones (varios se llaman o tienen al leprechauns en la puerta). Tiene una temperatura exquisita, la gente es jovial y feliz. Es un pueblo digno de visitar de nuevo y dedicarle por si sólo varios dias. No tienen autopistas, todas las vías son de uno o dos canales en algunas secciones, por lo que un trayecto de 200 y pico kilómetros que en Venezuela sería cosa de un par de horas puede durar 5 ó 6 en Ecuador, porque las carreteras serpentean por las montañas, entre una neblina aterradora y curvas imposibles. Los precipicios están por doquier, y las múltiples paradas, a veces inexplicables demoran más la travesía. No existen perimetrales ni nada por el estilo (una avenida que bordee la ciudad), la carretera atraviesa los pueblos por lo que tenemos que esperar en el tráfico de cada pueblo que nos encontramos. En realidad es un milagro que el trayecto de Guayaquil a Ambato dure 5 horas. Con tantas aventuras debería tardar más.
La comida es endemonidamente barata: con $3 dólares te metes una comida completa con plato principal y sopa. Si quieres algo más sofisticado (aunque no necesariamente más abundante) $5-$7 puedes ser apropiado. La comida es muy sabrosa: en todas partes, siempre. No tengo idea cómo es posible. Hasta en París me he encontrado en alguna ocasión un fiasco: en Ecuador nunca, durante 18 días.
¿Me quedan recuerdos? Muchos. Me acuerdo de un parque enorme, el parque Samanes, parecido al Parque del Este, tiene muchas canchas de deporte, caminerías, una concha acústica, edificios administrativos de organismos relacionados con el ambiente y el deporte. Recuerdo los dos malecones en Guayaquil (porque hay dos), con un enorme boulevard con máquinas expendedoras de refrescos cada 500 metros, y una rueda panorámica como las que hay en los parques de diversiones (o como la que hay en Londres). Me acuerdo de la gente, a la que sentí como mi familia: de hecho al entrar en cualquier vagón del metro de Caracas es posible que te encuentres con 5-10 ecuatorianos: todos se parecen, miden metro y medio y pico, rechonchos, hombres y mujeres: estas últimas están más claras que los hombres: no usan traje de baño en las playas, un pantaloncillo, una franela y ya. Y no te metas con ellas: te responderán con la más hermosa de las sonrisas. Quedarás desarmado.
¿Me iría a vivir a Ecuador? Con los ojos cerrados.