Fredesvinda está en la casa
Fabricio, Lastenia, Gaspar y Estebitan están todos sentados en la mesa de la cocina. La dueña de la casa, Fredesvinda, lava los platos, y no se ha percatado de la presencia de ellos. No se ha percatado de su presencia porque ellos son espíritus. Comparten un espacio fisico, un espacio temporal, pero están a miles de kilómetros de distancia en el plano espiritual. Fredesvinda siente la tibia agua con la que lava los platos, persibe la cercanía de sus hijos que ya deben estar de regreso del colegio, siente aun con tristeza los gritos de su esposo quien peleaba por el primer motivo que se le presentó temprano en la mañana. Y siente la desolación de su vida de ama de casa condenada a las obligaciones y a los gritos de los demás, porque a diferencia de los demás, ella, la Fredesvinda de siempre, está limitada a ese pequeño espacio en la tierra sin forma alguna de escapar. Siente penas, emociones y la inmensa pequenez de su soledad terrenal, pero es incapaz de sentir lo acompañada que realmente está. No está sola: cuatro espíritus la acompañan y se nutren de la riqueza de su alma. Porque en este mundo transitorio y sin sentido ella poco vale y poco trasciende. Ignorante de su grandeza, es la emperatriz inigualable en el mundo de los espíritus. Y solo en pocos minutos ascenderá a su trono. Al mediodía, en la hora más luminosa del día. La hora sin sombras. La hora en que dejará atrás su soledad. Para siempre, Fredesvinda.